22 muertos, al menos el doble de heridos, y una sociedad binacional profundamente lastimada. No ha sido necesario un muro, ni el debate por construirlo. El Paso-Juárez ha resentido el golpe real, intenso y profundo del discurso de odio.
Un solo joven, que respondiendo a un llamado radical pudo hacer un viaje de 10 horas para depositar su propio terror en la frontera. No se siente asesino, no se siente extremista. Se siente héroe, se siente liberador y protector de una nación blanca que le corresponde por derecho. Al menos así lo ha escuchado en sus cortos 21 años de vida y más de manera reciente cuando desde la presidencia estadounidense se ha alimentado reiteradamente la existencia de un enemigo externo que ilegalmente quiere apropiarse de “América”.