Las instituciones públicas son el pilar de la democracia. En ellas radican la aplicación de los programas de gobierno, las políticas públicas y la percepción de avance o retroceso de ciudad o país a manos de los ciudadanos.
Cuando las instituciones hacen bien su trabajo todos ganan. Gana la gente y el gobierno, pero también gana el sistema democrático, porque existe una percepción de que votar da mejores dividendos en lugar de dejar todo el control político y administrativo a una sola figura como sucede en los regímenes autoritarios.
La aprobación de las administraciones parte de la valía que los gobernados brinden a estos organismos y a sus resultados.
Cuando segmentamos el trabajo de un gobierno en funciones institucionales contamos con un mapa que da claridad sobre avances y áreas de oportunidad en la materia.
Así sabemos hoy, que en México hay instituciones mejor valoradas que otras. Por el lado público la Marina, el Ejército y el Instituto Nacional Electoral obtienen altos niveles de respaldo ciudadano. Por el lado civil, las universidades y las iglesias son quienes puntean en el apoyo popular.
En el fondo de la tabla de aprecio ciudadano están los sindicatos, los partidos políticos, los diputados y los bancos.
Pero las instituciones tienden a ser ambiguas en el imaginario colectivo. Son organismos de amplia vertebración con múltiples funciones y, en ocasiones, múltiples mensajes y vocerías. Por ello una simplificación ha sido evaluar las opiniones que merecen los titulares de dichas instituciones, pues al ciudadano le resulta más sencillo categorizar a una persona que a un organismo.
Considero que este mecanismo tiende a ser generalmente un engaño, pues caemos en la dinámica de catalogar a las instituciones por las acciones de los hombres y mujeres que las representan, aún cuando sus cargos son temporales y, claramente, no son en sí la institución misma.
Sin embargo, hay otros casos en los que perfiles destacados superan a la institución y son un referente del ideario que debe guiar al organismo hacia el cumplimiento de sus objetivos. Perfiles tan relevantes que llega a entenderse como referente de la vigencia de la institución misma.
En México existen algunos ejemplos, pero resulta relevante destacar que en Estados Unidos hay muchos más; sí como resultado de un historial de instituciones más sólidas en un andamiaje mejor vertebrado, pero también en una cultura que tiende a promover y reconocer mejor el mérito y el talento propios.
De ahí las largas filas de cientos de ciudadanos que caminaron kilómetros para acercarse al Tribunal Supremo de Estados Unidos el miércoles pasado a fin de honrar y despedir a Ruth Bader Ginsburg, la campeonísima jueza de la lucha por la igualdad de género en ese país. La mujer que se convirtió en un ícono que ha inspirado a toda una generación de abogadas que aspiran, con su ejemplo, a llegar a ocupar un asiento en el máximo tribunal estadounidense. La jueza feminista y progresista que impulsó también un debate abierto por los inmigrantes o el matrimonio igualitario. La dama que en histórico discurso concluyó diciendo: “No pido favores para mi sexo. Todo lo que pido de nuestros compañeros es que quiten sus pies de nuestros cuellos”.
¿Se imaginan un México desbocado rindiendo tributo a la titular de alguna institución pública? Espero no falte mucho para eso.